jueves, 20 de octubre de 2022

LA IMPORTANCIA DE LA INTELIGENCIA OSINT


La importancia de la inteligencia OSINT está bien ilustrada en la novela El informe pelícano, de John Grisham. Una estudiante de Derecho, encerrada en una biblioteca, investiga las razones del misterioso asesinato de dos jueces del TS de Estados Unidos. Darby Shaw (en la película Julia Roberts) llega a la conclusión de que pueden estar motivadas por un empresario del petróleo de Luisiana para evitar que una explotación que planea sea declarada ilícita por el tribunal. Darby consigue dar con la causa solo mirando antecedentes y datos públicos, y lo hace antes que el FBI o que otras agencias de seguridad.

Ese triunfo imaginario de la inteligencia de fuentes abiertas (Open Sources Intelligence, OSINT) ocurre también en la realidad. Analistas con pocos recursos pueden perfectamente hacer una evaluación acertada de los acontecimientos y de los desafíos futuros mejor que muchos think tanks, comisiones, gobiernos o empresas, siempre que sean capaces de estudiar el asunto correctamente y con mirada desinteresada. El buen analista es capaz de diseccionar la complejidad y prever las tendencias futuras.

Pero atención. Los buenos analistas no están de moda por tres razones fundamentalmente. Primera, el sesgo de intereses. Los expertos que trabajan para instituciones o empresas (por ejemplo, un gobierno o un banco) tienden a defender los intereses de sus patrones. Estos confían en ellos porque ratifican su visión y piensan que están mejor servidos. Igualmente existen los intereses personales de los analistas, que quieren mantener sus sueldos y su posición, sin decir cosas que puedan molestar.

La segunda razón es el sesgo de comodidad, que actúa con cuestiones como el cambio climático o la recesión. Da mucha pereza pensar que vamos hacia un mundo peor, por lo que la gente prefiere no escuchar los vaticinios o endulzarlos.

El tercer sesgo es político, que ahora es muy marcado por la polarización. Todo lo que hace mi partido (o su líder) está muy bien, y todo lo que dicen los demás está muy mal. Si esto es así, ¿para qué queremos análisis? Hoy los políticos no quieren estudios imparciales de los problemas, o creen que eso no existe. Pero es lógico que los asesores políticos tengan sesgo y no tengan escrúpulos, mientras que los asesores de inteligencia no pueden ser políticos porque entonces no son inteligentes. Los buenos líderes deben ser capaces de hacer la distinción, y saber escuchar a quienes no les dan siempre la razón.

En mi larga vida como analista de política exterior y relaciones internacionales he tenido aciertos y desaciertos al predecir el futuro. Entre los primeros se cuenta la previsión en diciembre de 2002 de que una intervención militar en Iraq sería un desastre. Aquellos días se produjo un pequeño revuelo en el Instituto de Estudios de Seguridad de la UE en París donde trabajaba porque el Director del CNI Jorge Dezcallar envió un fax felicitándonos por ese trabajo.

El estudio Iraq: a European point of view señalaba que era muy improbable que hubiese armas de destrucción masiva en Iraq y que la intervención crearía desorden y caos, en lugar de la democratización que muchos decían. Aquella publicación se hizo en dúo con el trabajo de Phil Gordon Iraq: the transatlantic debate, que argumentaba más o menos lo contrario. Los años siguientes demostraron que no había tales armas, como concluyeron los informes oficiales de Estados Unidos, y que el país entró en una fuerte desestabilización. Hoy Phil Gordon es asesor de seguridad de la Vicepresidenta Kamala Harris y yo tengo la fortuna de no trabajar para ningún cargo político.

Otra predicción acertada ocurrió en la Navidad de 2007, cuando vaticiné que Barack Obama ganaría las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, un juicio por el que mi buen amigo Carlos Álvarez Pereira me tildó de gran futurólogo. Expresé mi vaticinio en la cena del 20 aniversario de la Asociación Fulbright, cuando era Director de Análisis y Previsión en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Algunos ilustres participantes comentaron en sus mesas que el Ministerio tenía un mal previsor.

La inteligencia de fuentes abiertas puede conducir también a buenos consejos. Esto ocurrió en 2008 cuando llamé la atención de que España no pertenecía al G-20, que entonces era una reunión de instituciones financieras. Esto fue apreciado por el Ministro Moratinos y permitió al Gobierno ponerse en marcha para asegurar la presencia de España cuando se produjo la transformación de ese grupo en una institución política global. En aquella época, también fui crítico con ciertas líneas de acción: por ejemplo, no compartía el entusiasmo de algunos altos cargos por la Alianza de Civilizaciones.

He tenido el honor de colaborar con el Ministerio de Asuntos Exteriores con Gobiernos del PSOE y del PP. Sigo la política exterior española y las relaciones internacionales desde hace muchos años. Desde mi modesto punto de vista, el equipo actual de Exteriores es el menos capaz que he conocido. Los errores en las decisiones concretas son solo manifestaciones de un mal mayor. El actual Ministerio no tiene una visión coherente de los complejos problemas del mundo actual ni de los cursos de acción posibles. Se dedica a improvisar sin criterio, utilizando una retórica triunfalista. El análisis de las cuestiones internacionales y de las posibles posiciones que puede adoptar España ha sido sustituido por el seguidismo a otras potencias, por una serie de actos públicos donde importan más las formas que el contenido, y por recetas ideológicas sin sustancia.


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