La importancia de la inteligencia OSINT está bien ilustrada en la novela El informe pelícano, de John Grisham. Una estudiante de Derecho, encerrada en una biblioteca, investiga las razones del misterioso asesinato de dos jueces del TS de Estados Unidos. Darby Shaw (en la película Julia Roberts) llega a la conclusión de que pueden estar motivadas por un empresario del petróleo de Luisiana para evitar que una explotación que planea sea declarada ilícita por el tribunal. Darby consigue dar con la causa solo mirando antecedentes y datos públicos, y lo hace antes que el FBI o que otras agencias de seguridad.
Ese triunfo imaginario
de la inteligencia de fuentes abiertas (Open Sources Intelligence, OSINT) ocurre
también en la realidad. Analistas con pocos recursos pueden perfectamente hacer
una evaluación acertada de los acontecimientos y de los desafíos futuros mejor
que muchos think tanks, comisiones, gobiernos o empresas, siempre que sean
capaces de estudiar el asunto correctamente y con mirada desinteresada. El buen
analista es capaz de diseccionar la complejidad y prever las tendencias futuras.
Pero atención. Los
buenos analistas no están de moda por tres razones fundamentalmente. Primera,
el sesgo de intereses. Los expertos que trabajan para instituciones o empresas
(por ejemplo, un gobierno o un banco) tienden a defender los intereses de sus
patrones. Estos confían en ellos porque ratifican su visión y piensan que están
mejor servidos. Igualmente existen los intereses personales de los analistas,
que quieren mantener sus sueldos y su posición, sin decir cosas que puedan
molestar.
La segunda razón
es el sesgo de comodidad, que actúa con cuestiones como el cambio climático o
la recesión. Da mucha pereza pensar que vamos hacia un mundo peor, por lo que
la gente prefiere no escuchar los vaticinios o endulzarlos.
El tercer sesgo es
político, que ahora es muy marcado por la polarización. Todo lo que hace mi
partido (o su líder) está muy bien, y todo lo que dicen los demás está muy mal.
Si esto es así, ¿para qué queremos análisis? Hoy los políticos no quieren estudios
imparciales de los problemas, o creen que eso no existe. Pero es lógico que los
asesores políticos tengan sesgo y no tengan escrúpulos, mientras que los
asesores de inteligencia no pueden ser políticos porque entonces no son
inteligentes. Los buenos líderes deben ser capaces de hacer la distinción, y saber
escuchar a quienes no les dan siempre la razón.
En mi larga vida
como analista de política exterior y relaciones internacionales he tenido
aciertos y desaciertos al predecir el futuro. Entre los primeros se cuenta la
previsión en diciembre de 2002 de que una intervención militar en Iraq sería un
desastre. Aquellos días se produjo un pequeño revuelo en el Instituto de
Estudios de Seguridad de la UE en París donde trabajaba porque el Director del
CNI Jorge Dezcallar envió un fax felicitándonos por ese trabajo.
Otra predicción
acertada ocurrió en la Navidad de 2007, cuando vaticiné que Barack Obama
ganaría las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, un juicio por el
que mi buen amigo Carlos Álvarez Pereira me tildó de gran futurólogo. Expresé
mi vaticinio en la cena del 20 aniversario de la Asociación Fulbright, cuando era Director de
Análisis y Previsión en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Algunos ilustres
participantes comentaron en sus mesas que el Ministerio tenía un mal previsor.
He tenido el honor
de colaborar con el Ministerio de Asuntos Exteriores con Gobiernos del PSOE y
del PP. Sigo la política exterior española y las relaciones internacionales
desde hace muchos años. Desde mi modesto punto de vista, el equipo actual de
Exteriores es el menos capaz que he conocido. Los errores en las decisiones
concretas son solo manifestaciones de un mal mayor. El actual Ministerio no
tiene una visión coherente de los complejos problemas del mundo actual ni de
los cursos de acción posibles. Se dedica a improvisar sin criterio, utilizando
una retórica triunfalista. El análisis de las cuestiones internacionales y de las
posibles posiciones que puede adoptar España ha sido sustituido por el seguidismo a otras
potencias, por una serie de actos públicos donde importan más las formas que el
contenido, y por recetas ideológicas sin sustancia.
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