La pandemia no fue aprovechada para desarrollar un modo de vida más respetuoso con el medio ambiente. La pandemia demostró dos cosas: 1) cuidar la salud humana es una prioridad absoluta, y 2) pueden tomarse medidas obligatorias para proteger la salud. Estas lecciones se aplican perfectamente a la lucha contra el cambio climático, que está poniendo en peligro nuestra salud y la del planeta, en unos niveles mucho más alarmantes que la COVID-19. Sin embargo, los países que se apresuraron a tomar medidas frente a la pandemia siguen sin hacer lo necesario para frenar el cambio climático.
En Europa y Estados
Unidos se está reduciendo el uso de energías fósiles, y
la guerra de Ucrania ha provocado una crisis del gas en Europa. Pero en el
plano global el consumo de fósiles sigue aumentando. Las conferencias y los
acuerdos internacionales, incluido el Acuerdo de París, no producen una verdadera
reducción. ¿Qué es lo que causa una caída del consumo de energías fósiles? Las crisis. El gráfico de Our World
in Data más arriba muestra que los únicos descensos históricos del consumo
mundial de fósiles se han dado en la década de 1980, en la Gran Recesión, y en
la pandemia.
Pero la pandemia no fue
acompañada de una reflexión política sobre nuestro modo de vida. Al contrario, tras
la pandemia, las autoridades aceleraron la vuelta a los excesos anteriores fomentando
una expansión monetaria sin precedentes. Esta política irresponsable ha dado
lugar a deudas enormes, inflación, burbujas e inestabilidad financiera, y un
consumo desbocado de energía.
El problema tiene dimensiones
colosales. Según el anuario BP
Statistical Review of World Energy de 2022, el consumo mundial de petróleo
fue de 95 millones de barriles al día en 2021, y el de carbón
alcanzó los 8.000 millones de toneladas ese año. Esto significa que por cada
habitante del planeta se están quemando de media dos litros de petróleo al día y
una tonelada de carbón al año. Estamos calcinando a un ritmo demencial los recursos fósiles que el planeta acumuló durante cientos de millones de años. La atmósfera no puede absorber una
polución tan ingente, que produce desajustes graves sobre el clima y la vida, humana
y natural.
Esta es la
verdadera guerra de nuestro tiempo y, para lucharla, no necesitamos divisiones, sino colaborar y entendernos. Tal desafío histórico requiere
plantear cambios profundos en nuestra economía y en nuestro modo de vida, e
implicar a todos los actores clave, también a Rusia y a China. Los esfuerzos europeos para reducir el uso de fósiles y fomentar las energías renovables deben
continuar, pero es imprescindible realizar una política mucho más activa para
alcanzar un compromiso global. Por ejemplo, China produce más electricidad a
partir de carbón que toda la generada en Estados Unidos de las más diversas
fuentes y el doble de la producida en la Unión Europea. China también ha adoptado medidas drásticas para luchar contra la COVID-19 y en cambio no se muestra capaz de desarrollar un modo de vida menos consumista.
Es evidente que debemos afrontar el problema del cambio climático con acuerdos globales. Los países avanzados usamos más energía, y somos los primeros que debemos reducir el uso per cápita. Como se ve en el siguiente gráfico, algunos países despilfarran energía y recursos. Pero los países más poblados están emitiendo más en términos globales, por lo que deben encontrar soluciones eficaces que no sean la consabida huida adelante del crecimiento sin fin.
El problema de los países emergentes no es solo de ellos, sino también nuestro. Entre todos deberíamos discutir nuevas formas de enfocar la economía y los modos de vida con visión de futuro. Cada vez se habla más de decrecimiento ordenado, como propone el profesor de la UAB Giorgios Kallis, por ejemplo en este artículo, o de nuevas políticas como las propuestas por el grupo de economistas asustados frente al cambio climático Les Économistes Atterrés, ideas que deberían ocupar de manera urgente el debate público. Por supuesto, en el decrecimiento ordenado, quienes más tenemos y más gastamos deberemos ceder más.
A comienzos de noviembre tendrá lugar la COP 27 en Cairo. Habrá otra vez muchas declaraciones grandilocuentes y muchos mensajes optimistas sobre energía verde. Habrá también un gran despliegue de visiones unilaterales sobre la guerra de Ucrania, que solo conducen a la escalada demencial que estamos viviendo. Al mismo tiempo, la ONU, las organizaciones internacionales y los ecologistas seguirán criticando la falta de acción miope de nuestras sociedades. Y la COP27 pasará como otro triste hito sin haber conseguido avances, mientras el clima y la naturaleza se siguen deteriorando.
La recesión que viene y los efectos de la guerra seguramente producirán un descenso abrupto y desordenado del consumo de energía fósil, cuando sería sin duda preferible que ese descenso hubiese sido fruto de una decisión ordenada y de la toma de medidas hacia un modo de vida más racional. Es lamentable comprobar que las
negociaciones internacionales y la razón no producen avances en la lucha contra
el cambio climático, y que solamente las crisis y los choques tienen el efecto colateral de moderar el consumo excesivo de energía.
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